7ª y última etapa: del Lago del Desierto a Candelario Mancilla



Esta fotografía aérea tomada de Google Earth no refleja la dureza del tramo. La etapa más dura, sin duda por las características del terreno, pero también la más bonita y emocionante. Recorrer la frontera entre Argentina y Chile en este punto significa estar solo, no ver a nadie en una zona salvaje, dominada por los ríos desbordados, los bosques y los picos coronados de glaciares. Esa sensación de soledad nos motivó para disfrutar más aún de la belleza del paisaje.

De la Laguna del Desierto (Argentina) a Candelario Mancilla (Chile)
Lunes, 14 de febrero de 2005

El amanecer del día 14 nos trajo un cielo medio encapotado. Nubes, sol y nieblas bajas. Al final, los tratos con el arriero argentino del puesto no llegaron a cuajar porque no bajó el precio exagerado que nos pedía. Ni de coña. Al igual que Txibi, tiraríamos nosotros mismos de las bicis. Ya nos habían prevenido los otros cicloturistas que el sendero era empinado y estrecho.
Y así fue. Nada más entrar en el bosque el camino se tornó en sendero escarpado y más que una senda definida, lo que encontramos fue una huella excavada en la tierra. Las primeras rampas las peores. Subimos juntos cada bici, uno tirando de atrás y otro dirigiendo desde el manillar, subir una. dejarla, bajar y subir la otra, y así una hora sin parar para un único kilómetro. Una sudada horrible, insoportable porque junto al calor, miles de moscas y mosquitos nos acribillaron sin tregua.

Pasado ese calvario, el sendero perdió la pendiente y se suavizó bastante. Entonces los troncos de los árboles con sus grandes raíces y los arroyos zigzageantes, obstaculizaban nuestro avance. Una vez más, empujar entre los dos y tomarse las cosas con calma.

Los árboles que nos encontramos los llamaban Nothofagus, de la familia de nuestras conocidas hayas. Un placer arrastrar las bicis por semejantes bosques autóctonos. La llegada a la frontera la marcó un pequeño cartel de bienvenida a Chile. El bosque se transformó en jóvenes brotes alternando con los cadáveres de viejos ejemplares, calcinados por la acción ignorante del hombre. Un valle ancho y profundo, solitario y enigmático, surcado por arroyos y el río, que atravesamos sobre dos troncos cruzados.

Lo siguiente fue un pedalear subiendo, bajando, por el bosque, por prados con caballos, por la inexistencia de vida humana, y una trepidante bajada hacia un lago O'Higgins imponente. Una delicia para la vista de un ciclista. Maravilloso y precario, pues las piedras sueltas que encontramos en toda la bajada nos impusieron una buena dosis de precaución. Al final, el puesto de Carabineros y las cuatro casas de otros tantos colonos, fue todo lo que hallamos. Además del reencuentro con Txibi.